Zoe

Zoe fue el último cuento sobre mujeres que escribí y, a pesar de que fue considerado el mejor del curso de Escritura Creativa, cuando lo leo me da un poco de risa recordar mis momentos de chica feminista. Pero en fin, aquí con algo de pena, te dejo una pequeña sinopsis:

Es una divertida y amena historia sobre una chica recién graduada que se encuentra atraída hacia un chico, que resultó ser su profesor de fotografía. Siendo atrevida, logró romper los paradigmas tradicionales del cortejo y formó una larga amistad y un fugaz romance con  Guido.

PD: en algunos momentos se torna algo erótica.

“Mañana debo despertarme a las seis de la mañana para poder llegar a la reunión.” Ese era el pensamiento que le había recorrido a Zoe más de tres veces mientras esperaba recostada junto a la barra a que le entregaran los cocteles para ella y para su amiga, quien se casaba pronto. Mónica, la novia, la había encadenado a pasar por aquel tortuoso ritual que conllevaba ser dama de honor, el cual aparte de todas las tediosas tradiciones que traía obligatoriamente ese título no siempre deseado, también poseía casi secretamente el compromiso de cumplir de soporte ante aquellas discusiones que transcurrían mientras los futuros esposos comenzaban a conocerse realmente y afrontarse ante una unión creada por la presión familiar; a la cual Zoe le apostaba como máximo tres años de duración.

Esta atareada fotógrafa era alta, con una piel tostada como las avellanas y unos rulos rebeldes de por vida. Era una ciega amante de su profesión y aunque había cumplido los treinta años hace dos meses, seguir por los amargos y respetables caminos del compromiso no estaban en sus planes. Siendo una mujer del siglo veintiuno, comprendía a la perfección que la sociedad actual estaba creada por y para hombres y a través de su claridad, y de su capacidad totalmente trabajada de no hacerse la víctima, había podido adaptarse y progresar ante la misma. Mientras apoyaba su cabeza sobre su codo, sus ojos luchaban en contra de su voluntad por cerrarse, para poder eliminar los vestigios de un terrible día en el estudio. Entre la música, los gritos de los adolescentes que disfrutaban de los gloriosos lady`s night y el sudor compartido, sintió de pronto algo extraño. Algo subía lentamente por su pierna, pasaba por debajo de su falda, paraba sobre su nalga derecha y la pellizcaba como si fuera un buen pesado de carne. Colérica Zoe se volteó con la convicción plena de que al menos un diente podría volar, y justo cuando conectó su mirada con la del autor, paró infraganti su ataque mortal. Bajó los ojos, sintió su sangre correr rápidamente, sus cachetes se enrojecieron en cuestión de segundos y una gran sonrisa se figuró en su rostro. Era Guido, o mejor conocido como su gran profesor Guido.

Zoe de joven era tímida, tenía algunos problemas de autoestima y un miedo originado por su inseguridad. A los diecisiete años, siendo y pareciendo más madura que sus compañeros, se graduó de su odiado colegio y decidió, de la manera más controversial posible para aquellos tiempos, estudiar fotografía e ilustración, quería alejarse de todas las teorías que le parecían plenamente inútiles y dedicarse a tiempo completo a representar la realidad a través de sus lentes y manos.

Una semana antes de entrar a estudiar fotografía decidió, junto a sus dos mejores amigas, salir por primera vez a bailar. Se le puede llamar a eso crisis de adolescente frustrada. Pero sus amigas con todo el placer accedieron. Baile, faldas cortas, sudor, euforia en masa, adrenalina, alcohol y mucho contacto, así se podrían resumir los estímulos que le llegaban a Zoe a primeras instancias. Ella no se movía de su pequeño sofá ubicado en la esquina del salón. Con los brazos cruzados y un trago al lado prácticamente intacto esperaba que algo que le llamara la atención sucediera, de repente una agresiva luz la atacó. Al pasar la ceguera instantánea se dio cuenta de que era un flash, un pequeño destello que es capaz de guardar los mejores recuerdos . Cuando pudo recuperar la normalidad de su visión, le llamó la atención la fabulosa cámara que lo había disparado, pero sin duda el verdadero autor de su asombro era su portador. Grandes brazos tatuados, barba, lentes, y ojos color miel fueron lo que le robaron el aliento a esa pequeña joven.

Como si le hubieran dado cuerda a un juguete, ella se enderezó, sacó el pecho, agarró el trago y puso cara de mujer interesante. Él se le acercó con una sonrisa pícara.

-¿Aburrida? – le preguntó mientras se sentaba junto a ella rozándole suavemente la pierna.

Sonrojada se aleja unos centímetros de él y con voz un tono de sequedad le responde:

-No es mi tipo de lugar.

-No debes ser un genio para adivinar eso jaja.- le dijo mientras buscaba la foto que había tomado. – ¿Ves? Todo tu cuerpo en la foto parece estar demasiado tenso y mira ese trago, ni por la mitad vas y ya no tienes hielo, llevas mínimo media hora con él, ¿No es así?

Zoe se quedó perpleja por el análisis fugaz de su interlocutor, ella no tenía experiencia alguna con hombres, lo que poseía de información sobre ellos se basaba en los vagos relatos de su madre y en las experiencias de las chicas, que afortunadamente, habían sido suficientes. Ante su asombro no se produjo repuesta alguna, por lo que él le sujetó la mano y le dijo:

-Ven acompáñame a tomar fotos, no estás haciendo nada así que no te debe molestar hacerme compañía, ¿no? –le dijo de tal manera que proyectaba una asertividad imposible de negar.

Zoe asintió y le siguió, manteniendo firmemente en su cabeza los límites a los que dejaría que aquel hombre llegara.

-Guido por cierto. –le dice él.

-Zoe, un placer.

Guido era un hombre de veintisiete años, fotógrafo independiente y profesor momentáneo. Él era conocido por su astucia e inteligencia, amaba a las mujeres, tanto así que, por lo general, ellas eran sus musas en la mayoría de sus trabajos. Desde hace más de ocho años se había dedicado a estudiarlas: su carácter, sus gestos, sus ciclos bioquímicos y hormonales, en fin, todo lo que llegara a conformar parte de ellas. Sin embargo, para llegar a la sabiduría que poseía en esos momentos tuvo que poseer varias muestras ejemplares, cosa que en sus tempranos veintes le produjo una fama y una popularidad marcadas en todos los sitios que resultaran lugar para una conglomeración de féminas.

Aquella noche a él le llamó la atención una tenue pizca de inocencia por parte de Zoe, así que cansado de salir con lo que las personas comunes denominan “locas” decidió, por esa noche, ser un coqueto para divertirse, pero sin buscar llevar a su compañera a la cama. Por lo cual fue una noche tranquila, repleta de fotos y charlas sobre su pasión compartida, de chistes y de observación a todas aquellas personas que los rodeaban. Él la tomó como su alumna y le explicaba lo que sucedía entre las interacciones de las demás personas. “Ves, a ella le encanta él, pero se está haciendo la dura.” “Mira allá, él está tratando de subir su mano por la camisa y ella inconscientemente le esta dejando.” Y entre señalizaciones y explicaciones a ambos se les fue la noche. A las cuatro de la mañana las amigas de Zoe aparecieron haciendo presión para que esa conexión entre los dos se acabara. Con un beso, un abrazo y sin números intercambiados ella se despidió de él y junto con sus amigas se montaron en el taxi que las llevaría a su casa.

El lunes siguiente Zoe se levantó de la cama después de sus mil intentos de dormir, para ir al primer día de su escuela de fotografía. Con licras, camisa holgada, sus lentes de sol y su cámara fotográfica llegó a las instalaciones y se sentó en una esquina del salón. Logró interactuar con un par de personas hasta que un fuerte “Buenos días” interrumpe una entretenida charla sobre viajes y comida. Al voltearse para darle la cara al profesor la sangre de su cuerpo comienza a fluir rápidamente. Al lado del gran y gordo maestro está el asistente y suplente, el profesor Guido. Él con cara de sorprendido y divertido le hizo un giño pícaro. Ella fingió no verlo y dirigió su mirada al profesor. Al terminar la clase, él la invitó a un café en la tarde, le dió su número y el punto de encuentro. Zoe por lo que ella llama instinto se dejó llevar y con un toque de duda le dijo que a las seis de la tarde con seguridad estaría allí.

Así sucedió, a las seis y cinco de la tarde ella entró en el café. Aquel lugar estaba inundado por una agradable música jazz, por todas partes podía encontrar colchones de color marrón y pequeñas mesas redondas, estaba repleto de personas que salían de sus trabajos y en las mesas francesas de afuera estaba él fumando un cigarro y tomando un café espresso. Con unas “Buenas tardes” ella comenzó la conversación mientras se sentaba en la silla más cercana y con una agradable sonrisa él la saludó. Esa tarde fue una pieza clave para la relación que posteriormente se originaría. En su charla resaltaron el curioso hecho de su previo encuentro, comentaron sobre la organización de la escuela y él aprovecho todo ello para profundizar un poco en la relación, tocando temas un tanto íntimos para un segundo encuentro. Mas a través de un comentario de Zoe él descubrió una traba dentro de sus planes de la noche, ella era diez años menor que él, y para completar era una menor de edad virgen. Aceptando su derrota interna y sin que ella se percatara de su humillación, él le lanzó una oferta amistosa de ser su tutor e inventó una excusa para generar un escape rápido de ese lugar.

Tres meses después el café se había vuelto un punto de encuentro constante para ellos. Él se divertía enseñándole cosas nuevas a su pequeña alumna y amiga. Ella estaba estaba ecantada de aprender y escucharlo. A Zoe le fascinaba Guido y él lo sabía muy bien. Él la trataba como una discípula, le era plenamente sincero y estaba al tanto de que sentía un poco de atracción por ella. Ese día, pasado tres meses de conocerse, él le anunció que se iría en dos semanas  a Francia, por una beca que le habían otorgado.

Para Zoe las dos semanas siguientes le pasaron lentísimo, pensamientos que le resultaban confusos y dolorosos le inundaban la mente, era una niña que apenas descubría el verdadero origen de sus emociones. Sin embargo, gracias a que ella se encontraba en la típica edad en que la prepotencia y la reactividad la dominan y en la que la valentía aún no ha sido aplastada por los fracasos de la vida, convencida de que el presente aún es algo digno de aprovechar, un día antes de la partida de Guido ella lo decidió llamar.

-¿Puedo quedarme en tu casa esta noche para despedirte?- dijo ella a toda velocidad apenas escuchó que alguien atendía.

-De poder puedes, pero creo que sabes cuales podrían ser las consecuencias de que te vengas sola a mi casa.

Tras una breve conversación y después de los requisitos de belleza femenina que se anteponen ante una noche de ese tipo, Zoe se despidió de sus padres diciéndoles que se quedaría en casa de su mejor amiga y con todas las mejores expectativas partió a una velada que jamás pudo olvidar por completo. En una media hora llegó a casa de su profesor. Temblaba entre los nervios y la adrenalina y luchaba por secarse el sudor de las manos que le provocaba todo pensamiento que se cruzaba por la mente. En cuestión de minutos Guido le abrió la puerta de su modesto edificio y la dejó entrar. Con cuatro pasos adentro ella pudo observar que el apartamento estaba conformado por una sala, una habitación, una cocina y un baño, era sencillo pero elegante, con fotos por todos lados y una gigantesca biblioteca repleta de libros, la cocina estaba prendida porque él hacía la cena.

-Mientras está lista la comida te puedes sentar u ojear cualquier vaina, si algo te gusta te lo puedes llevar.

Eso hizo ella, ojeó, escarbó entre fotografías de mujeres encontrando maravillas. Cuando hubo separado los tesoros que pensaba conservar, se pudo sentar junto a él para cenar una maravillosa pasta con hongos casera. Seguidamente se acostaron en el sofá para hablar de la vida y para aprovechar el último chance que tendría él para hablarle e introducirle detalles provenientes de la experiencia. Entre palabras y risas él se aproximaba a ella, le susurraba en el oído y le respiraba cerca de la oreja. Ella se dejaba llevar, estaba allí por eso. Al aproximarse la madrugada él la agarró por la mano y la llevó al cuarto. Zoe respiraba rápidamente, sudaba por las manos y se sentía absolutamente caliente.

Al entrar en la habitación ella estaba totalmente embriagada por la sexualidad de Guido, él la acostó en la cama y comenzó a lamerle el cuello y con suavidad exploraba por primera vez su cuerpo. Él sabía todo lo que debía hacer y ella sabía que debía dejarse hacer de todo. Con un jugueteo sobre la ropa acompañados de unos besos extendidos ella ya estaba sumamente excitada, de tal manera que ella fue la primera en dar la iniciativa de desnudarse quitándole la camisa a su profesor favorito. Poco a poco las ropas fueron desapareciendo y él con la delicadeza debida para una primera vez, le acariciaba todo el cuerpo, procuraba prender todas sus esquinas, hasta llegar al interruptor del placer, a su vagina. Unas caricias a su clítoris bastaron para que Zoe lograra soltar sus primeros gemidos. Apenas iniciando y con un toque de diversión, él le introduce un dedo. Ella abre los ojos en señal de sorpresa y se pone tensa. Él continúa hasta que ella se acostumbra, luego dos, hasta llegar al tercero, cuando notó algo de estabilidad, tras un beso en sus senos le introduce el pene y ella grita con extasía. Entre sudor, arañazos, suaves nalgadas y gemidos transcurre el tiempo hasta llegar el agotamiento. Con varios orgasmos por parte de ella y uno por parte de él, la noche se terminó mientras ambos se dejan llevar por los brazos de Morfeo.

Con suaves cosquillas Guido despertó a Zoe a las once de la mañana del día siguiente.

-Mira bella durmiente, el avión me espera, te puedo dejar acá pero creo que estás bien adolorida como para que te tengas que ir a casa sola ¿O me equivoco? – Después le giña el ojo y se va del cuarto repasando todo lo que se debía llevar y todo aquello que se tenía que quedar.

Realmente ella no se había dado cuenta de lo adolorida que estaba hasta que se sentaron a comer cereal, que era básicamente lo único que le quedaba de comida en el apartamento. Unos minutos después llegó el taxi y ambos bajaron. Dentro del transporte hablaron de trivialidades y sobre el nuevo destino de Guido hasta que el carro llegó a la puerta de Zoe. Con tristeza ella lo abrazó y a través de un beso que pareció infinito se terminó aquel pacto de enseñanza maestro-alumna que secretamente y sin que ambos se percataran habían formado tres meses antes en una discoteca.

Ahora, treinta años después, sus tatuajes seguían adornando unos brazos bien fornidos, pero sin duda la panza le había crecido. Seguía con su barba, pero cabello ya no tenía tanto. Sin duda las habilidades de casanova seguían intactas porque había logrado tocarle una nalga sin que su acompañante, una chica que parecía mínimo unos diez años menor que él, se percatara del asunto. Después de una mirada tierna por parte de ambos y una sonrisa de cómplice ella se volteó para agarrar los tragos y partió hacia la mesa en la que la espera su amiga. Al pasar por al lado de él ella le susurra al oído “Bonita, ¿no? Debe ser unos diez años menor que tú.” A lo que él se voltea, separando la mano de la rubia que lo acompaña y le dice al oído, “Si, me quería acordar un poco de ti, por cierto, bonito culo, te ha crecido jaja.” Con un abrazo espontáneo se despidieron envueltos en millones de recuerdos.

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